viernes, mayo 30, 2008

Consulado




El consulado de Chile en Barcelona un día cualquiera... la cola empieza tempranito ya que el consulado abre a las nueve y sólo dan 30 números para trámites y 15 para pasaportes. Se ve que una señora llega todos los días a vender empanadas a 2,5€ y que se le acaban altiro. Cuando llego a las 8 y ya no quedan empanadas ni rastro de la señora. A las 9 abren la puerta y subimos en nerviosa procesión por las escaleras hasta el segundo piso. Mucho nerviosismo, guaguas llorando, chuchadas y yo que estiro el brazo para pillar el último número. El recibidor del consulado debe hacer 4m x 4m y está tan lleno que lo único que puedes hacer es estar de pie, sin moverte para no pisar a nadie, esperando tu turno. Me voy...total soy el último.
Dos horas después.
La sala se ha despejado y ya sólo quedan unas 20 personas sentadas en le perímetro de la sala, mirándose con cara de ¿Tu también eres chileno?
Me siento saco el libro que fui a buscar a casa ya que la espera será larga. Trato de concentrarme en una frase varias veces pero imposible. En un rincón están los porteños recordando historias de los cerros. Por un lado la señora arribista gordita, con mucha peluquería y gafas Cristián Dior. Ella llegó hace cuatro años y con un orgullo prepotente cuenta que se compró un piso ya que se cansó de “botar la plata en arriendo”. Todos abren los ojos con admiración. “ 1475€ pago al mes!”.Todos abrimos aún más los ojos con estupor y sacamos las calculadoras mentalmente.
Al lado suyo, en un rincón de sala, se sienta el señor mayor apunto de jubilarse.
El pregunta por como está Valpo ya que piensa volver pronto de vacaciones.¿Y donde trabajó usted?, le pregunta la señora arribista.”En El Corte Inglés” dice él. Silencio de admiración. “Buena pega, poh!” dice la señora. Llegó hace muchos años (pal golpe intuyo aunque no lo dice) entró a trabajar en prácticas, luego de electricista, mecánica, etc. hasta que llegó a jefe de mantenimiento.
Su mujer le duró 10 días según cuenta. Se la trajo de Chile con sus tres hijos y le vino un dolor en la guata y le diagnosticaron un cáncer terminal y le dieron 10 días de vida. “Fue matemático, a los diez días se murió!”. Silencio sepulcral. Así que se dedicó a sacar a sus hijos adelante. “Durante todos estos años no ha tenido ninguna polola?” Le pregunta la señora. “No...pa qué. Mejor tranquilo”. Cuenta que lo que más le ha costado estos años es pagarle la universidad a sus hijos. “Pero...como? Si acá solo hay que pagar la matrícula nomás?” le replican. “Mi hija, el doctorado en Alemania, hubo que pagarlo así chinchín. Y vivir allá sale muy caro! Mi hijo, doctorado en Japón, igual carísimo! Y todavía me queda un hijo por casar!”. Murmullos de admiración.
A su lado una señora mayor, encogida, tímida que también lleva muchos años acá. También se acaba de jubilar y regresa a Chile. Con la pensión mínima pero buena para vivir en Chile como comenta la señora de gafas Dior.
“ Yo si que la hice buena y va a tocar un buen pellizco” dice el señor mayor.
Silencio de expectación. “2500€!”
Silencio. “Shh! Con eso puede vivir como rey en Chile” comentan y todos volvemos a hacer los cálculos mentalmente.
Se liberan dos sillas mi lado y viene a sentarse el hijo de la señora arribista. Un tipo de unos veintitantos años con lentes y zapatillas de marca y móvil de última generación. “Mamá! Ven a sentarte acá.” “Nooo. Venga usted mijito está buena la conversa acá”.
La señora arribista, con algo envidia se gira a la viejita encogida. “Y usted, en todos estos años como no se compró un pisito?”. Ella con una gran sonrisa le contesta “No, si ya lo vendí!” y se empieza reir.
En el otro rincón, están los del sur. Un instalador de ADSL habla con una chica que vino a estudiar un magíster, becada con una niña de mas o menos 10 años. Al final resulta que los dos nacieron en el mismo pueblo cerca de Talcahuano. No se lo pueden creer, comparan historias y recuerdos: las tortitas de no sé donde, el básquetbol (porque allá los equipos son buenos!).
Comparan también experiencias recientes de discriminación. El dice que “no es pah tanto. Depende de la actitud con la que vai por la calle. Hay que ir seguro de si mismo con la cara alta. Porque si andai por los rincones los catalanes te cagan. Mira, yo entro cada día a mas menos 12 casas y cero problemas, hago mi pega y ya está.” Se queda callado un rato y luego reconoce de que a veces llaman para pedir que el técnico que vaya sea “local”. Ella cuenta la historia con un profesor de la Universidad que le ponía pegas para usar unos de los computadores a disposición de los alumnos de magíster. Al principio ella lo enfrentó “ Vaya acostumbrándose a ver mi cara, le dije.” Pero el tipo le empezó a hacer la vida imposible con exigencias absurdas como apagar el computador cada vez que iba al baño.
Todos nos quedamos callados y yo pienso en alguna experiencia similar, en algún “sudaca de m...”, en la sensación de tener que demostrar constantemente lo que vales.
Son las 12.30 y varia gente ha ido llegando al consulado, relajados, el periódico sin leer bajo el brazo, algunos con el pelo aún mojado de la ducha. Todos hacen el mismo recorrido, derechitos al distribuidor rojo de números que permanece ahí vacío desde siempre y luego de buscar y buscar y encontrar con la fotocopia pegada en la pared que informa que cada día se distribuirán 30 números...todos pero todos hacen la misma pregunta: “Alguién tiene el numero 30?”
Silencio. La sala completa los mira con el desprecio con que un grupo de veteranos mira a un novato. Nos miramos entre nosotros como para decidir a quien le contesta esta vez al gil de turno.
La señora de las empanadas, la cola, las escaleras, la pelea por un numero...
Cuando me toca me dan gans de decirle a la chica del mostrador: “Nooo. Venga usted mijita está buena la conversa acá”.